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Un fantasma del pasado y otro del presente

Progresividad y un sello bien definido, atributos comunes en la borrosa apuesta de Blacanova y su nuevo disco Regiones devastadas. La resurreción de Mercromina incendia el patio con una renovada versión de Ciencia Ficción además de extras irrenunciables para el seguidor más incondicional.

Exorcizar el calor ya es de por sí una ardua tarea, pero el cierre de la primera tanda de Nocturama nos venía programado con ese sabor pegajoso e intangible que deja el ectoplasma. Noche de espíritus para un estilo, el de los hispalenses Blacanova, y para la aparición de los Mercromina, que ya venían procesando reuniones desde 2014 bajo el auspicio del 25º aniversario de Subterfuge, aunque sin confirmar una vuelta definitiva. Los primeros venían a reincidir sobre el estilo habitual de la banda: oscuro, misterioso y críptico. Tal es así tras probar los albumes pasados de la banda: Cómo ve el mundo un caballo (2012) y Blacanova (2010).

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Para un conjunto que basa su seña de identidad en generar ambiente, que menos que apoyar la entrada en penumbra de las líneas de bajo con la proyección de imágenes de archivo de protestas sociales. Imágenes turbulentas que van hilando fino con coros y guitarras subterráneas que no arrumban de su progresiva presencia. Postpunk remezclado con ecos lejanos a aquellos incipientes U2. Así es la entrada de Blacanova, que en los siguientes minutos fueron dando un repaso por Regiones devastadas, ilustrando un compendio similar al uso, siempre en actitud shoegaze pero salpicado de detalles orquestales. Pese a la oscuridad encontramos un poso enérgico, aparte de en La soga, también en Art Brut con intros eléctricas muy marcadas, batería potente y asaltos de guitarra. La pareja del verano incluía ese toque ensoñador con golpes quedos de xilófono y muchos juegos de coro entre las voces de Inés Olalla y Manuel Begines. Semáforo rojo al acabado técnico, que influyó con mucho en la percepción de unas voces enterradas bajo la supremacía de las guitarras y el tronador timbaleo de las percusiones. La desigual proporción de volúmenes impidió tomar una visión completa de una actuación que terminaba con una agonizante trompeta. Así las cosas, el público agradecía las buenas intenciones de Blacanova que dejaban el escenario dejando tras de sí un perro de cerámica, amuleto kitsch para dar suerte a las próximas almas perdidas.

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Los teclados van llamando, conjurando la llegada de La gran aventura, lo que no podía ser mejor definición para el largo viaje viene protagonizando Mercromina. Joaquín Pascual nos lo resumió brevemente “Hemos decidido dejar durante un tiempo de tocar. Ha sido un poco locura”. La fuerza de las letras retornaba en Lo que dicta el corazón y en los estribillos encadenados de El libro de oro de la congelación mucho más relleno de contenido que en épocas pretéritas con idas y bajadas pronunciadas así como paradas mágicas que se tornan en estruendo. Todo ello aderezado de una batería acompasada y pautas electrónicas que se lucieron  en un Pájaros muy atmosférico, con los punteos cristalizantes de Carlos Sanchez.

Pasado el ecuador destaca rutilante Ciencia Ficción, transmutada 20 años más tarde. Abandonando la inocencia pasada, la nueva versión se desvirgaba en directo con ataques de guitarras insistentes y causticas además de todo un pléyade de sonidos espaciales y un pedaleo intensivo en el aterrizaje. A la hora de corear nada mejor que el estribillo de Cacharros de cocina y la intervención de Marina Gallardo aportando dulzura a En un mundo tan pequeño. Con Chaqueta de pana dimos con el cierre enérgico que precisó aún de dos temas más exigidos por el público, entre los que se contaba, como no, Evolution.

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