
Francisco José Casas (Sevilla, 1964) obtuvo una guitarra flamenca en una feria de pueblo cuando tenía diez años. Sus padres, un obrero de una fábrica de colchones y una ama de casa, lo mandaron a una escuela para que aprendiera qué hacer con ella. «Se coge así y se toca así», le dijeron. Y él hizo caso: la cogió y la tocó como le enseñaron, con la mano derecha, sin importar que para el resto de las cosas utiliza la izquierda. Quizás nadie en su entorno conocía a un hombre llamado Jimmi Hendrix.
La anécdota marca el inicio musical de Jose Casas (Jose ya sin acento, que es como le dicen sus amigos), que hoy tiene propia su banda: La Pistola de Papá. Fue en la preadolescencia cuando su aproximación al rock le hizo dirigir el instrumento a ritmos alejados de la sevillana. The Beatles, Rolling Stones, The Kinks, The Who. Bandas que aún representan una influencia. Ya a principios de los 80 armó su primera agrupación: Helio. «Éramos unos chavales, una pandilla, que ni siquiera sabíamos tocar. Queríamos el concepto de chicas, fiesta y rock and roll», recuerda Casas, que luego integró Arden Lágrimas y Relicarios antes de formar su grupo actual en 2006.
Plasticland fue el primer disco que sacó. José Manuel Romero y Chencho Fernández hicieron la voz principal. «Después de la gira, Romero decidió dejar la música. Yo dije: si son mis canciones lo más lógico es que las cante yo. Y así fue que me convertí en vocalista. Antes sólo cantaba en la ducha o en los coros, nada más». Luego vinieron, ya con él como frontman del grupo, Scampa!! Volumen 1 (2010), Sacampa?? Volumen 2 (2011) y el EP Canciones de kilómetro cero (2013). Julio Zabala (teclista), Álvaro Márquez (bajo) y Tony Bonzo (batería) lo acompañan desde entonces.
Memorias de una pistola invisible lo lanzó en el pasado mes de febrero. Un disco de pop rock con cierto contenido social y un toque de ironía: en las letras se habla sobre un cura justiciero que se deshace de los cuerpos de sus colegas pedófilos, el de una profesional de la eutanasia que se resiste a hacer su último trabajo o el de una banda con muchos años encima que pasa sin reconocimiento ante el público. «Queríamos mostrar el lado tragicómico de la realidad sin caer en lo panfletario», dice. Casas ya suma más de treinta años en el sector. Ve la música como una suerte de terapia. «No sé quién dijo que los artistas nos ahorramos dinero en el psicoanalista. Sacamos a través de las canciones muchos fantasmas interiores. El poder es mágico».
Tanto le llena componer que Casas no se imagina dejarlo. Alterna su trabajo en el Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía con su banda. «Hacer canciones es una necesidad. La música me gusta cada vez más. El negocio, la industria, no. Resulta muy difícil destacar entre tantas opciones. Yo busco la canción perfecta. Es una utopía que me mantiene alerta y me motiva a seguir», concluye el guitarrista. Jose Casas y La Pistola de Papá intentan ganarse su espacio para no ser invisibles.