
La del músico ha sido siempre una vida de inadaptación e inconformidad con el entorno. Hablámos, claro, de verdaderos artistas con una necesidad de transmitir de una forma concreta y sin condicionantes. De la figura del compositor anacrónico que en 2016 hace rock inspirado en los setenta, del que en los ochenta piensa en el futuro de la música y utiliza sintetizadores y del que, pasen los años que pasen, se coloca una camisa con volantes y canta bulerías de principios del siglo pasado. Esa intempestividad estilística de nostálgica rebeldía una veces y revolucionaria transgresión otras tantas.
De moverse libremente en el tiempo y la historia sabe bien Iñigo Coppel (Getxo, 1977), juglar del siglo XXI autoproclamado, reconocible y reconocido. Lo es por lo que hace, no solo canta canciones, cuenta adictivas historias de surrealista cotidianeidad. Como una secuencia de Berlanga, cargadas de ingenio,humor inteligente y escritas en un estilo y vocabulario sencillo. Acordes de guitarra y la charla de taberna, a veces inverosímilmente cómica y otras de profunda reflexión oculta bajo un tratamiento irrespetuoso ante la preocupación por la muerte o la difícil vida del trobador a pie de calle.
Ahora, se encuentra pegándose tortas con el mañana para sacar Nobles Salvajes, el disco en el que trabaja, que supondría el quinto en su carrera de cantautor del medievo, y que se está financiando a través del crowfunding. Coppel viaja al pasado en sus canciones para traer historias a nuestro presente, y desdibuja la crueldad paliada a base de costumbre de las relaciones sociales en el presente para que nos planteemos nuestro futuro. Como un espejo que deforma, de manera acusadora y cómica, nuestro día a día. Como una nave del tiempo en la que montarse y ver en primera persona si vamos hacia atrás o hacia delante.