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El show del predicador

Veinticinco mil metros cuadrados y tres mil ciento cuarenta butacas dispuestas para recibir al cantante australiano. A priori el lugar escogido hacía presagiar una velada para disfrutar tranquilamente desde el asiento, pero nada más lejos de la realidad. Con el paso de los años la popularidad del artista ha crecido hasta alcanzar una absoluta adoración por el personaje, y aquí es importante resaltar la palabra “personaje”.

El guión se rompió ya de entrada, con los escalones que suben hasta el escenario repletos de fans que habían abandonado sus butacas para rendir culto a su dios. El bueno de Cave olió enseguida que el terreno estaba más que preparado y sabiendo perfectamente que teclas debía tocar se dio un baño de masas de padre y muy señor mío.

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Todo ello hizo que hubiera dos conciertos distintos: por un lado, el de un numero cada vez mayor de asistentes apelotonados al borde del escenario con sus móviles alzados; y por el otro los que permanecían en sus asientos, seguían el espectáculo a lo lejos, y no paraban de ver pasar por los pasillos gente dirigiéndose hacia el escenario. Una situación un tanto extraña y que no ayudó en nada a crear un clima óptimo para el concierto.

El veterano músico había acudido a la cita con los supervivientes de aquella ya desaparecida entidad llamada Bad Seeds. Es cierto que la banda sigue siendo de lujo; Thomas Wyler a los platos, el elegantísimo Martin Casey al bajo, y el barbudo Warren Ellis de multifunciones como siempre (mucho más comedido que otras veces), pero también lo es que ahora ejerce de mero acompañamiento para el show y el absoluto lucimiento del personaje Cave. Éste sabe lo que quiere el público y se lo da con creces.

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Tras empezar con la intrascendente Water's Edge, se ventiló de una tacada dos grandes clásicos como si quisiera soltar lastre, The Weeping Song en una versión descafeinada al piano, y la famosa Red Right Hand.  Sonó el órgano celestial de Brompton Oratory y el cantautor aussie acudió a coger las manos de sus feligreses. Inmediatamente después llegó el momento más mesiánico de la noche con una extensa Higgs Boson Blues, un gran tema del tíbio Push the Sky Away (Bad Seed Ltd. 2013).

Con el sufrido roadie dando cable Cave se fue hasta casi la mitad del auditorio absolutamente rodeado de seguidores que querían tocarle y fotografiarle, mientras él se dirigía a ellos, micrófono en mano, poniendo manos ajenas en su corazón cantando el verso «can you feel my heartbeat». La escena hacía pensar en un predicador que provoca éxtasis religiosos y obra milagros, aunque también (y eso es lo peor) en una especie de Alejandro Sanz o cantautor de baladas edulcoradas.

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Siguieron más clásicos como The Ship Song nuevamente a los teclados en solitario, la bucólica Love Letter, la muy aplaudida Into my Arms con cientos de odiosas lucecitas de móviles; las tremendas From her to Eternity y Tupelo, una muy intensa The Mercy Seat a pesar de tocarla solo al piano, y el in crescendo de Jubilee Street que fue el gran clímax antes de los bises. Despúes del descanso destacó la siempre genial Jack the Ripper, menos contundente que otras veces, y el asunto se finiquitó con Push the Sky Away y Cave de nuevo ejerciendo de predicador ante las masas.

Valorado de forma aislada el concierto no presenta fisuras; muy buen sonido con momentos atronadores y la estupenda voz de Cave. Aun así, los que le seguimos des de hace tiempo y le hemos visto en directo junto a los auténticos Bad Seeds estamos asistiendo a una transformación del artista hacia algo diferente. Parece más acomodado, con tics de gran estrella, mientras sus más valiosos compañeros ya le han abandonado.

NICK CAVE     

AUDITORIO DEL FÓRUM  

BARCELONA   

21/05/2015

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